El expresidente de Perú, Alberto Fujimori, falleció a los 86 años después de una larga lucha contra el cáncer. Su presidencia, que se extendió por una década, fue un éxito al estabilizar la economía peruana y acabar con una violenta guerrilla comunista.
Durante su carrera política, Fujimori tomó decisiones audaces que le ganaron tanto seguidores fervorosos como detractores. Enfrentó un país golpeado por una inflación descontrolada y la violencia del terrorismo, y logró estabilizar la economía mediante reformas económicas audaces, como la privatización masiva de empresas estatales. Aunque la lucha contra el terrorismo comunista del Sendero Luminoso le llevó más tiempo, también le otorgó un gran apoyo popular.
En los últimos meses Fujimori había reactivado sus redes sociales para resaltar su gestión entre 1990 y el 2000, y en julio su hija Keiko Fujimori, que se postuló tres veces a la presidencia del país, anunció que su padre competiría como candidato en las próximas elecciones previstas para 2026.
«Después de una larga batalla contra el cáncer, nuestro padre, Alberto Fujimori acaba de partir al encuentro del Señor. Pedimos a quienes lo apreciaron nos acompañen con una oración por el eterno descanso de su alma. Gracias por tanto papá! Keiko, Hiro, Sachie y Kenji Fujimori.», comunicó Keiko en X.
A continuación, se comparte la carta de un joven peruano dirigida al fallecido expresidente:
Estimado ingeniero Fujimori,
Formo parte de la generación destinada a odiarte. No por convicción, ni mucho menos por conocimiento, sino gracias al adoctrinamiento antifujimorista que vivimos en las últimas décadas, donde a usted se le pintó como al mismo diablo. Soy de aquella generación en la que nuestros profesores nos hablaban peor de su gobierno en los años 90, que de verdaderos gobiernos nefastos como los gobiernos de Belaúnde y Alan García en los años 80. Y de la misma generación, a la cual nunca se atrevieron de enseñar la época del terrorismo en el país, el momento más oscuro de nuestra historia reciente, por miedo a hacerlo quedar bien. Porque usted venció al terrorismo, pese a que muchos no se atreven a decirlo. Porque digan lo que digan, usted salvó al Perú.
La historia muchas veces es cruda e injusta, pero al final siempre le da razón a la verdad.
Debemos ser honestos, como todo presidente, tuvo sus desaciertos, sus errores. Muchos, hoy se atreven a llamarlo dictador, porque cerró el Congreso en el 92, ignorando que, en aquel entonces, todo el pueblo lo aplaudió. Porque sí, ahí rompió la constitucionalidad, pero la legitimidad nunca la perdió.
Lamentablemente, la justicia no fue tal con usted. Se olvidó lo bueno que usted hizo para sopesar otras decisiones. Vivió sus últimos años preso, enfermo, viendo tras las rejas como el país que levantó se ha ido cayendo en pedazos por esa misma ideología que usted combatió.
Aun así, nos encontramos firmes. No gracias a los últimos gobiernos, sino a los cimientos que nos dejó. Porque sin usted, quién sabe qué tan alta estaría la inflación y quién sabe si nuestra moneda sería el Sol, o “Nuevo Sol” como la llamó usted.
Mi generación, esa que lamentablemente se jacta de su muerte, y que se enorgullece de que los terroristas que condenó, salgan “rehabilitados” de las cárceles, no sabe lo que es hacer cola para comprar leche; y si les cuento que era en polvo, ni se la imaginan. No saben lo que es que la plata no alcance porque la moneda perdió su valor, ni mucho menos saben lo que es, que con lo que se puede comprar hoy en el mercado, capaz mañana no alcance. No lo saben porque usted los salvó de esa realidad. Abriendo así un panorama de oportunidades que seguramente nuestros padres jamás pensaron que tendríamos viviendo en el Perú.
Lastimosamente, sí sabemos lo que es la inseguridad, pese a que usted venció el terror de Sendero y del MRTA. Ninguno de los mandatarios que lo sucedieron supieron cómo combatir la delincuencia, y el crimen solo ha ido aumentando. Aun así, si bien sabemos lo que es estar alerta, no conocemos el terror. No nos hemos estremecido con la explosión de un coche bomba, ni nos hemos cohibido de salir a la calle pensando en no regresar. No hemos visto francotiradores en los supermercados, y no nos hemos callado por miedo a no saber quién nos escuchaba, porque en aquellos tiempos, Sendero tenía oídos en todas partes.
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