Seguiremos marchando
La marcha de ayer fue una prueba contundente de que contra cualquier intento de militarización, persecución e instalación del terror y la ignorancia, hay un pacto social que trasciende al miedo.

Si hay algo que se destacó en aquella primera plaza desbordada de Ni Una Menos fue la imaginería desplegada en carteles, montajes de fotos, cantos y leyendas que devinieron consignas políticas. Diez años después, esa potencia de poner en palabras con el recurso más básico como un papel y una birome, sigue intacta, sumada al dolor y la rabia frente a un gobierno que en 2015 parecía distópico.
Pero el tiempo no se detiene, y quienes creemos que es mejor luchar que bajar los brazos, estuvimos de nuevo en esa plaza que hace diez años albergó a tantas pibas con las mejillas rojas de emoción y una certeza única: se puede alzar la voz frente a las injusticias. Y (siguiendo la lógica de los carteles): luchar sirve.
El panorama de este país es desolador: una funcionaria (la diputada por LLA Juliana Santillán) se atreve a decir cualquier verdura con tal de defender el proyecto político del que es títere, insinuando que los trabajadores del Hospital Garrahan están sobrados para llegar a fin de mes. Solo un ejemplo de la impunidad que reina en la era Milei pero que va a seguir encontrando obstáculos para salirse con la suya, como la movilización que el 4 de junio unió sus fuerzas con los diez años de Ni Una Menos para expresar con más fuerza aquello que es imposible tapar: el regodeo y la psicosis sádica de los libertarios que, en un alarde de crueldad infame, aplican la motosierra a todo, incluso a aquello que dio pruebas de funcionar bien.
Si algo demostró Ni Una Menos en esta década es que puede y sabe cómo transversalizar la pelea, cómo encontrar aliados y conversar con ellxs hasta llegar a su máximo momento de esplendor: aquel en que los carteles, los cuerpos y las voces se acoplan para decir que no hay problemas privados, que la organización vence al odio y que hay que estar en la calle para que ningún protocolo lance sus balas contra el pueblo, como hizo con Pablo Grillo, el fotógrafo que ayer salió de terapia intensiva después de ochenta y tres días peleando por su recuperación, obviamente en una institución pública como la que Javo y sus amigotes quieren vaciar.
La conclusión apresurada es que cuanto más se retire la protesta, más represión va a haber. En cambio, a las propuestas masivas como la de ayer, no es tan sencillo arrinconarlas con gases lacrimógenos. Hubo jubiladxs, personas con discapacidad, niñxs, viejxs, residentes de hospitales públicos, enfermeras, pacientes oncológicos a quienes retiraron su medicación, y los feminismos organizados y espontáneos, individuales y en tribu, que con el pañuelo verde como bandera (porque el aborto legal vuelve al centro del debate toda vez que el gobierno amenaza con sacar un derecho adquirido después de años de trabajo y discusión), agitaron hasta la nochecita.
En lo que va del 2025 se registraron 97 transfemicidios, uno cada 30 horas. Y el desmonte de las políticas públicas en materia de género tiene mucho que ver con que estas cifras puedan seguir creciendo. Ayer mismo, un lesbicidio de un polícia de la ciudad que se suicidió tras matar a la novia de su ex pareja, vuelve a engrosar la lista de víctimas. Y vuelve a poner el foco en la urgencia de un aparato legal con perspectiva de género, porque la solución no está en poner perimetrales solamente sino en prevenir las violencias machistas.
Las urgencias son muchas. Pero nada más espectacular que comprobar que se pueden unir las luchas, sobre todo aquellas que hace diez años necesitaban que exista Ni Una Menos para encontrar visibilidad, espacio, aire para existir, la certeza de que hay otres en la misma y que sólo en el agite logra encauzar la rabia.
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