
El Centro Socio Educativo Nazario Benavídez, dependiente de la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia, impulsa un proyecto productivo que transforma la rutina de los jóvenes en conflicto con la ley: elaboran dulces, jugos y salsas bajo la marca propia “Nazareno”, con el objetivo de brindarles herramientas para su reinserción social.
Los productos se comercializan en ferias organizadas por los ministerios de Familia y Desarrollo Humano y de Producción, Trabajo e Innovación, además de un punto de venta fijo en la Dirección de Niñez. El dinero recaudado se reinvierte en insumos, aunque la institución también recibió apoyo para renovar maquinaria y optimizar la producción.
Actualmente, cinco jóvenes trabajan en la planta, aunque a lo largo del año participaron 14 en total. Entre enero y septiembre produjeron 353 botellas de salsa de tomate y 144 frascos de mermeladas de diversos sabores, además de jaleas, jugos naturales y dulces en almíbar.
“Es mucho más que una fábrica de dulces: es una oportunidad de darles un rol social. Aquí adquieren rutinas, responsabilidades y compromiso. Los momentos más valiosos son cuando comparten lo que hacen con sus familias y se sienten orgullosos del producto que llevan sus manos”, explicó Pablo Cheble, director del Centro Nazario Benavídez.
Una rutina que transforma
Los profesionales destacan que la producción no solo fomenta habilidades prácticas —como cálculo de materia prima, gestión de stock, fijación de precios y comercialización—, sino también hábitos de disciplina, trabajo en equipo y autoestima.
El régimen de residencia varía: quienes ingresan por primera vez cumplen hasta dos meses, mientras que los reincidentes permanecen un año. Durante ese tiempo, además de la actividad productiva, los adolescentes continúan sus estudios secundarios y realizan prácticas deportivas y talleres educativos.
“Lo que buscamos es que los jóvenes, cuando recuperen la libertad, no solo tengan una experiencia laboral, sino la capacidad de gestionar sus propios proyectos y evitar la reincidencia. El cambio es tanto físico, con la refuncionalización del espacio, como conceptual, orientando la educación no formal hacia la autonomía”, agregó Cheble.
El proyecto cuenta con la participación de un equipo interdisciplinario integrado por psicólogos, trabajadores sociales, operadores socioeducativos y especialistas en producción y manipulación de alimentos, que acompañan de cerca a los adolescentes en cada etapa del proceso.
De esta manera, el Centro Nazario Benavídez demuestra que la producción y la educación inclusiva pueden convertirse en herramientas clave para reducir la vulnerabilidad y abrir caminos de reinserción social genuina.
POR LIC. EUGENIA VILA
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